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CLARA CAMPOAMOR

No todas las batallas de nuestra historia fueron peleadas a punta de pistola, algunas  se libraron en pleno Congreso y las palabras de los discursos fueron balas letales. A la batalla que lideró Clara Campoamor en las Cortes Constituyentes de 1931 le debemos el derecho de voto de la mujer, una guerra que libró prácticamente sola y venció. Se enfrentó a su propio partido, a republicanos, socialistas e incluso a sus compañeras mujeres.

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“Y al encontrarme en la Cámara con la oposición de elementos republicanos, hombres y mujeres, a aquella consagración, yo sentí vibrar en mí, imperativo, lesionado, el espíritu de mi sexo; vi con mayor claridad, por los elementos de la oposición, que en ello iba el futuro de España y que mi deber era luchar por conseguirlo, reuniendo todos mis recursos dialécticos y toda mi capacidad de lucha” escribe en su libro ‘El voto femenino y yo: mi pecado mortal’.

 

Campoamor defendía que no podía existir un camino a la libertad si se seguía manteniendo esa dualidad que se daba en los “hogares españoles” donde los hombres defendían las ideas más liberales y avanzadas pero las mujeres eran sumisas, devotas y se mantenían bajo la tutela varonil.

Las mujeres podían ser elegidas como representantes en las cámaras pero no podían elegir porque se les negaba el derecho a voto. Una negación que se justificaba en que la mujer no estaba preparada, que era ‘retardaria y retrograda’, ‘histérica y sumisa’ y que estaba dominada por el marido, el padre o el sacerdote. Incluso llegaron a decir que la mujer podía votar pero una vez pasado los 45 años, con la llegada de la menopausia adquiríría la suficiente serenidad de espíritu como para ejercer tan importante derecho.

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«Frente a ningún problema político, jurídico o social se dirán jamás las incongruencias y enormidades que se dicen cuando a la mujer se discute».

 

Las intervenciones de Campoamor se seguían con poco respeto. Risas, insultos, gritos, desplantes... todo una serie de obstrucciones parlamentarias con el agravante del machismo. Incluso el diario Informaciones, del 1 de octubre, refería:  “Viendo cómo escuchan los diputados a la Srta. Campoamor, a la que interrumpen, de la que se mofan y a la que hacen blanco de ironías de mal gusto, se convence uno más de que la mujer debe tener voto. Seguramente no vendrían al Parlamento muchos de los que están ahora en él.”

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Durante todo el debate Campoamor defendía el derecho a participar en la vida política de la mujer, entendiendo que los españoles tanto hombres como mujeres, no estaban perfectamente preparados, pero que “la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.”

Campoamor reivindicaba el “dejar ser” a la mujer, sin esperar más tiempo. Pues eso daría que pensar que la República estaba dejando de lado a media España.

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En su trabajo en la Comisión redactora del proyecto de la Constitución acudió a todos los debates parlamentarios sobre temas relacionados con las mujeres. Destacan sus numerosas intervenciones sobre el derecho a voto que estuvieron cargadas de ironía y razón, dando una clase magistral de política, golpeando duro los prejuicios y la hipocresía de sus compañeros.

 

Logró sacar adelante una medida que todo el mundo quería en campaña pero que muy pocos quisieron en la práctica, por estar llenos de prejuicios hacia el papel de la mujer.

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“ (…) os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer. Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino.

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 “Una vez se repite el hecho eterno de que cada hombre define a la mujer a su manera, como la ven, no como ella es, porque hasta ahora no fue juzgada por normas propias, y es preciso dejarla que se manifiesta para que por sus hechos se pueda juzgar”.

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“Poneos de acuerdo Señores, antes de definir de una vez a favor de quién va a votar la mujer; pero no condicionéis su voto con la esperanza de que lo emita a favor vuestro. Ése no es el principio. Pero además pónganse de acuerdo los que dicen que votará con la derecha; pónganse de acuerdo los que dicen que votará con la izquierda; pónganse de acuerdo los que dicen que votará con el marido, y pónganse de acuerdo los que dicen que llevará la perturbación a los hogares."

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"Señores, como ha dicho hace mucho tiempo Stuart Mill, la desgracia de la mujer es que no ha sido juzgada nunca por normas propias, tiene que ser siempre juzgada por normas varoniles, mientras no entre abiertamente por el camino del Derecho y cuando llega a última instancia, todavía tiene que ser juzgada por su definidor. Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho como ser humano (…). Dejad, además a la mujer que actúe en Derecho, que será la única forma que se eduque en él, fueren cuales fueren los tropiezos y vacilaciones que en principio tuviere”

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“¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?”

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"Porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras"

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El sufragio femenino defendido por Campoamor ganó en la votación parlamentaria del 1 de Octubre de 1931 por 40 votos. En contra del voto femenino estuvo el Partido Radical de la propia Campoamor, el Partido Republicano Radical Socialista (del que era diputada Victoria Kent) y la Acción Republicana de Azaña, quien consideraba el voto femenino como "una tontería". Una parte del PSOE votó a favor, mientras que se abstuvo la liderada por Indalecio Prieto.

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Dos meses más tarde se hizo un último intento para conseguir que se aplazara el sufragio  femenino presentando una enmienda en la que se decía que las mujeres no podrían ejercer el derecho al voto en unas elecciones generales hasta después de haberlo ejercido al menos dos veces en unas elecciones municipales. Otra vez tuvo que salir Clara Campoamor en su defensa, consiguiendo que se rechazara la propuesta.

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Así fue como la Constitución se aprueba en las Cortes Constituyentes españolas el 9 de diciembre de 1931. No solo se consiguió el derecho a voto universal sino que también se incorporaba  la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y la protección de la nacionalidad de la mujer en el matrimonio. Esta victoria para el pueblo español supuso un progresivo aislamiento de Clara Campoamor en la escena política de la Segunda República.

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En las elecciones de 1933, tal como ella vaticinaba, ganó la derecha. En vez de analizar el fracaso de la izquierda cargaron sobre Clara y sobre las mujeres la culpa del giro político. Cuando en 1936 ganó el Frente Popular, nadie le pidió disculpas.

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A partir de 1934, año en el que abandona el partido Radical y le deniegan la entrada en Izquierda Republicana, Campoamor se convierte en una republicana sin partido.

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“Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, he sentido penosamente en torno a mí palpitar rencor. (…) No hube lugar ni momento de completa calma: en los pasillos del parlamento, en sus escaños; en las reuniones de la minoría, en los locales del partido, en sus asambleas, en la calle, en público y en privado, a cada momento y siempre en tono de agresiva virulencia se me planteaba la discusión poco pertinente del tema. (…) consideraban obligado marcar su disconformidad y ¡por si acaso! Señalar mi nefanda culpabilidad en la futura y ya anunciada desviación de la República. (…) Me sería difícil enumerar la cantidad, e imposible detenerme en la calidad, de los ataques, a veces indelicados, de que de palabra, por escrito y hasta por teléfono fui objeto reiterado; y no solo yo sino hasta mi familia”.  

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VIDA

Clara Campoamor Rodríguez nació en Madrid el 12 de febrero de 1888. Hija de un contable, Manuel Campoamor, y una costurera, María Pilar Rodríguez. Con trece años se quedó huérfana de padre por lo que tuvo que abandonar sus estudios y ayudar a su madre cosiendo, como dependienta y telefonista. En 1909 consiguió plaza como auxiliar de Telégrafos del Ministerio de Gobernación. Fue destinada unos meses a Zaragoza y, después, cuatro años en San Sebastián.

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Fue en 1914 cuando regresó a Madrid, tras conseguir una plaza por oposición en el Ministerio de Instrucción Pública como profesora de taquigrafía y mecanografía. En los años posteriores desempeñó más trabajos. Uno de ellos fue el de secretaria del director del periódico La Tribuna, Salvador Cánovas Cervantes. Gracias a este puesto, Campoamor comenzó a interesarse en política.

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Tras estas experiencias, Clara Campoamor inició bachiller en 1920. Una vez terminó, se matriculó en la Universidad Complutense de Madrid para estudiar Derecho. Se graduó en 1924.

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En 1925 se inscribió en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

Republicana convencida, la abogada perteneció a la organización de la Agrupación Liberal Socialista, aunque la abandonó al no poder conseguir que se desligara de la dictadura de Primo de Rivera. Bajo el grito de “¡República! ¡Siempre república!”, Campoamor dio varias conferencias en la Asociación Femenina Universitaria y en la Academia de la Jurisprudencia.

 

En 1931, tras la proclamación de la II República el 14 de abril, Campoamor fue elegida diputada por Madrid del Partido Radical. Durante este periodo formó parte del consejo que elaboró la Constitución de la nueva república.

 

En 1935, sumida en una soledad política, escribe El voto femenino y yo: mi pecado mortal. Es relato de defensa de su actuación y de su lucha a favor de los derechos de la mujer, pero también de las consecuencias que le trajo esta lucha.

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Clara Campoamor huyó de Madrid y se exilió a Francia. Allí publicó La revolución española vista por una republicana, un escrito donde contaba sus vivencias y se mostraba crítica con las actuaciones de los republicanos.

Quiso volver a España a finales de los años 40, pero se enteró de que pesaba sobre ella una acusación de pertenencia a la masonería. Debido a esto, decidió quedarse en el exilio.

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Tras vivir una década en Buenos Aires y trabajar con traductora y escritora de biografías, en 1955 se trasladó a Suiza. Allí vivió en Lausana, donde ejerció como abogada hasta que murió de cáncer el 30 de abril de 1972. Sus restos descansan en San Sebastián, en el Cementerio de Polloe.

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BIBLIOGRAFÍA

(Madrid 1888 - Lausana 1972)

“La única manera de 
madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.”

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